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Extracto:Los analistas están contando con la fiebre de la IA para mantener vivo el mercado, incluso cuando la caótica política comercial de la Casa Blanca reduce el potencial de beneficios del sector.
Wall Street necesita con urgencia que la IA esté a la altura de las expectativas.
Se ha hablado mucho sobre el potencial transformador de esta tecnología emergente: su capacidad para generar imágenes y vídeos increíblemente realistas, clavar el LSAT y el MCAT, o completar tareas repetitivas de investigación. Podría decirse que ya está preparada para complementar —o incluso sustituir— empleos de nivel inicial.
Estas funcionalidades tienen entusiasmados a los inversores de arriba abajo en Wall Street. Firmes defensores como Tom Lee, de Fundstrat, y Dan Ives, de Wedbush, afirman que la IA podría revolucionar la experiencia humana. Los departamentos de análisis de grandes bancos como Goldman Sachs y Bank of America han hecho guiños más comedidos al potencial de la IA como motor de productividad y beneficios, lo cual podría impulsar a la bolsa durante los próximos años.
De hecho, los analistas están contando con la fiebre de la IA para mantener vivo el mercado, incluso cuando la caótica política comercial de la Casa Blanca reduce el potencial de beneficios del sector empresarial estadounidense. Se prevé que los beneficios de las empresas del S&P 500 crezcan un 8% este año, un dato bastante normal para un año que no tiene nada de normal. Lo significativo es cuánto de ese crecimiento depende del sector tecnológico: se espera que las empresas de Silicon Valley aumenten sus beneficios un 21%, el mayor crecimiento de cualquier sector. En cambio, se pronostica que los beneficios del comercio minorista solo crecerán un raquítico 2,5%.
Dentro del sector tecnológico, las compañías de semiconductores —una de las industrias con mayor exposición global en el mercado bursátil— están llamadas a impulsar las ganancias, con un aumento previsto del 49%. Este entusiasmo es señal de que Wall Street apuesta a que la demanda de casos de uso de la IA superará la incertidumbre comercial o los altibajos del mercado laboral.
El crecimiento de la IA ha sido asombroso, y su adopción ha sido tan fuerte que ya deja huella en los datos económicos, como la inversión empresarial y el gasto en manufactura. Pero por mucho que el mundo esté entusiasmado con las posibilidades de la IA, la dependencia que muestran los inversores hacia esta tecnología para sostener el mercado —especialmente en un contexto de creciente incertidumbre económica— parece miope. Las tecnológicas ayudaron a que el mercado se recuperara de su bache en abril, pero las expectativas de beneficios y el impulso económico son ahora incluso más débiles que en el punto más bajo de aquella corrección. Esta combinación deja al mercado bursátil en una posición precaria: o la IA cumple con las expectativas, o los inversores podrían enfrentarse a una segunda mitad de año muy complicada.
Una forma de contar la historia de la humanidad es a través de la tecnología: la bombilla, la calculadora, el tractor, el ordenador... todos ellos hitos de progreso que han impulsado los niveles de eficiencia y productividad que disfrutamos hoy.
La tecnología también ha desempeñado un papel protagonista en nuestras carteras de inversión. Las llamadas “Siete Magníficas” —Apple, Amazon, Alphabet, Meta, Microsoft, Tesla y Nvidia— tienen un valor conjunto de 18 billones de dólares, alrededor del 33% del valor total del S&P 500. En conjunto, sus acciones han subido un 330% en los últimos cinco años, frente al 100% del índice general.
Tiene sentido. Los productos de las grandes tecnológicas se han integrado profundamente en nuestra vida cotidiana, y ese nivel de ubicuidad también ha captado la atención de Wall Street. La recaudación de capital riesgo alcanzó un récord en el primer trimestre, impulsada por el apetito inversor hacia la IA, y las empresas del S&P 500 mencionaron la IA más que los aranceles en sus conferencias de resultados del segundo trimestre.
La economía no es la bolsa
El mercado bursátil estadounidense, valorado en 65 billones de dólares, puede estar especialmente influido hoy por las subidas y bajadas de las grandes tecnológicas, pero no siempre ha sido así. En la última década, el sector tecnológico ha representado en torno al 20% del valor del S&P 500, incluyendo un 13% en los cinco años previos al COVID. Su dominio no está garantizado para siempre, y aunque ahora el destino del mercado está ligado a la tecnología, eso podría cambiar.
Aunque la bolsa parezca hoy un reflejo directo del crecimiento explosivo del sector tecnológico, existe una conexión más profunda que debería llamar la atención de los inversores: con el tiempo, el S&P 500 ha estado íntimamente ligado al destino de la economía estadounidense en su conjunto. Ocho de las últimas 12 grandes caídas del mercado —descensos del 20% o más— coincidieron con recesiones. Por muy pujante que sea una industria, las recesiones tienden a arrastrar los precios de las acciones y las expectativas empresariales. Internet revolucionó el mundo a finales de los noventa, y la explosión de las redes sociales marcó la década de 2010, pero el sector de la información ha perdido empleados y ha visto caer sus acciones en las últimas tres recesiones.
Con este contexto, estamos ante un posible choque de trenes en las carteras. Los economistas temen una recesión, mientras que los inversores se muestran sorprendentemente optimistas respecto a la IA, tanto que han elevado las tecnológicas del S&P 500 hasta cerca de máximos históricos. Los analistas del lado vendedor también son optimistas. Pero en la economía real, los despidos van en aumento y la contratación se ha frenado. Esta divergencia tan marcada entre economistas y analistas bursátiles implica que alguien se está equivocando. El tren de alta velocidad que es la adopción de la IA —tres años de innovación y progreso vertiginosos— podría chocar contra un muro formado por aranceles históricos, tipos de interés elevados y baja confianza del consumidor.
Lo más irónico es que las tecnológicas son el sector más expuesto a los aranceles globales. Obtienen el mayor porcentaje de ingresos en el extranjero y cuentan con la mayor red de proveedores y fábricas fuera de EE UU. De hecho, las empresas de semiconductores —las que fabrican los chips para la IA— están llamadas a alcanzar ese 49% de crecimiento en beneficios, a pesar de que el 67% de sus ingresos proviene del exterior y el 70% de sus suministros se origina fuera del país.
Lo más irónico es que las tecnológicas son el sector más expuesto a los aranceles globales. Obtienen el mayor porcentaje de ingresos en el extranjero y cuentan con la mayor red de proveedores y fábricas fuera de EE UU. De hecho, las empresas de semiconductores —las que fabrican los chips para la IA— están llamadas a alcanzar ese 49% de crecimiento en beneficios, a pesar de que el 67% de sus ingresos proviene del exterior y el 70% de sus suministros se origina fuera del país.
Algunos analistas creen que si el optimismo sobre la IA puede mantener viva la bolsa, quizá también pueda sostener la economía. Al fin y al cabo, las empresas invirtieron 2,2 billones de dólares ajustados a la inflación en ordenadores y otros equipos de procesamiento el trimestre pasado, aproximadamente una séptima parte de los 16 billones que los estadounidenses gastaron en bienes y servicios. Invertir en IA sí puede impulsar la economía, pero esos 2 billones son insignificantes frente al verdadero motor económico de EE UU: el gasto de los consumidores, que representa cerca del 70% del PIB. Y ese gasto ha caído en cada una de las últimas nueve recesiones. Si los aranceles asustan a los consumidores y provocan despidos que reducen los ingresos, la economía probablemente se encamine a una crisis, con o sin robots. Y, según la historia, una crisis económica podría arrastrar también a la bolsa.
Los datos dejan claro que la IA no puede competir con los efectos de los aranceles y puede que no sea suficiente, desde un punto de vista logístico, para salvar a la economía. Aunque los resultados para tu cartera podrían ser distintos.
Aquí es cuando hay que recordar una de las máximas más frustrantes de la inversión: la bolsa no es la economía.
La economía es el valor que creamos —activos tangibles, dinero gastado, nóminas cobradas—. Las acciones son una expresión de ese valor, pero lo proyectan al futuro a partir de la realidad presente. El impacto de la IA en la economía puede que no se refleje aún en las cifras. Pero en tu cartera, su influencia depende de cuánto estemos dispuestos a soñar con un futuro mejor y cuánto dinero creamos que generarán las empresas dominadas por la IA en los próximos años. Soñar ya es una parte fundamental del comercio ligado a la IA. Las tecnológicas del S&P 500 aumentaron sus beneficios estimados un 50% en 2023 y 2024, pero sus acciones subieron un 112%.
Nada en el mercado bursátil es blanco o negro. Es una red enmarañada de lógica, psicología e incentivos cruzados. El futuro de la bolsa depende de la capacidad de los inversores para soñar, y solo soñamos cuando nos sentimos seguros en el presente.
El problema es que los inversores están excesivamente confiados en las tecnológicas ahora mismo. Las empresas tecnológicas del S&P 500 representaron el 23% de los beneficios totales del índice en el primer trimestre, pero sus acciones suponen el 32% del valor del S&P 500. Para cerrar esa brecha, los beneficios del sector tendrían que crecer un 40%, o bien sus acciones tendrían que caer un 29% respecto a los niveles de finales de junio.
Las acciones pueden prosperar cuando las expectativas superan a la realidad, pero en este entorno necesitan razones para seguir alimentando la esperanza. El problema surge cuando los inversores dejan de soñar. Cuando están demasiado centrados en los problemas presentes como para creer en relatos convincentes. O cuando una gran caída del mercado, provocada por tensiones financieras, aplasta sus esperanzas.
Entonces, los números importan. La gente exige pruebas concretas del valor de la IA. Quieren beneficios, incluso aunque las empresas estén gastando dinero en reinventarse para el futuro. Los precios ajustan, y si tienes acciones estadounidenses o fondos indexados, tu dinero está probablemente muy expuesto a este baño de realidad.
Esto fue lo que ocurrió en el año 2000. Los inversores soñaban con la nueva tecnología llamada “World Wide Web” hasta que los tipos de interés subieron demasiado y se descubrió que el problema informático del año 2000 había sido muy exagerado. De repente, el sueño murió y los precios de las tecnológicas volvieron a la realidad. Hoy sabemos que aquel sueño no era del todo erróneo. Pero las acciones se desplomaron un 80% antes de que la promesa de aquella tecnología se hiciera realidad.
Esto es lo que más me preocupa en el choque entre la IA y la economía. Estamos en un punto intermedio entre que la IA salve al mundo y que resulte ser una tecnología sobrevalorada y fácilmente replicable por otros países. No soy tan ingenua como para llamarlo una burbuja, y creo que la IA acabará aportando beneficios a nuestra economía.
Pero aún no hemos llegado a ese punto, por mucho que los inversores quieran creerlo. Se necesitan años para que una tendencia tecnológica de gran calado eche raíces, y la productividad suele despegar cuando los trabajadores se sienten empoderados y las empresas están cómodas ampliando operaciones. Ahora mismo ocurre justo lo contrario: la confianza empresarial está por los suelos.
Cuando la economía se debilita, conviene aferrarse a lo que es real en tu cartera. Y hay una brecha llamativa entre la IA y la realidad.
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